Llega diciembre y nuestro reloj interior se acelera y entramos en una vorágine que nos pone ansiosas.

En lo particular, quiero terminar todas las cosas que tengo pendiente y tirar todo aquello que no necesito; quizás esta manía me quedó desde que trabajaba como docente, pues acumulaba papeles: recortes, apuntes y otros pormenores que al finalizar el ciclo escolar ya no necesitaba.

Es una necesidad imperiosa de poner todo en orden, de cerrar ciclos y etapas, de vaciarme de todo lo negativo para iniciar un nuevo año con otros proyectos y otras metas.

A veces me pregunto ¿es necesario que hagas todo esto? ¿Qué cambia el 1 de enero? Desde el calendario sólo son días transcurridos, pero yo siento que debo despojarme de cosas, de valorar lo positivo que me ha sucedido, de entender y aceptar aquellos momentos no tan buenos y de aprender de mis errores para ser una mejor persona.

Es el “devenir de la vida” donde continuamente estamos cerrando ciclos e iniciando otros y para mí diciembre representa el tiempo de concluir los proyectos realizados, de hacer un balance de todo lo vivido en el año. También es el tiempo de pensar qué hacer el año que viene, de plasmar en un cuaderno mis deseos a alcanzar y aplicar la Neurolingüística y determinar los pasos para concretarlos.

Es el tiempo donde renacen  en mí las ilusiones, las esperanzas, la fe, la fuerza, la creatividad y la confianza para que en el próximo año dé lo mejor  de mí  para enfrentar ese inesperado y sorprendente devenir de la vida.

Yolanda Funes