De Prem  Rawat

Una hormiga vivía plácidamente en una montaña de azúcar. Otra hormiga vivía cerca de allí, en un montículo de sal. La hormiga que vivía en la montaña de azúcar vivía feliz, porque disfrutaba de un alimento muy dulce, mientras que la hormiga que vivía en la montaña de sal, siempre tenía una terrible sed después de comer.

Un día, la hormiga de la montaña de azúcar se acercó a la montaña de sal:

– ¡Hola, amiga! - le dijo.

– ¡Hola! - contestó extrañada la hormiga del montículo de sal- ¡Qué bueno ver otra hormiga por aquí! Comenzaba a sentirme muy sola

– Pues vivo muy cerca de aquí, en una montaña de azúcar.

– ¿Azúcar? ¿Y eso qué es? - preguntó extrañada la hormiga de la sal.

– ¿Nunca probaste el azúcar? ¡Te va a encantar! Si quieres, ven mañana a verme y te dejaré probar el azúcar.

– ¡Me parece una idea fantástica! - contestó intrigada la hormiga de la montaña de sal.

Al día siguiente, la hormiga del montículo de sal decidió aceptar la invitación de su vecina. Pero antes de partir, pensó en llevar en la boca un poco de sal, por si acaso el azúcar no le gustaba. Así tendría algo que comer.

Y después de andar un poco, enseguida descubrió la brillante montaña de azúcar. En lo más alto, estaba su vecina.

– ¡Qué bueno que viniste, amiga! Sube, que quiero que pruebes el sabor del azúcar.

– ¡De acuerdo! - contestó la hormiga de la sal.

Una vez arriba, la hormiga vecina le ofreció un poco de azúcar, pero como ella tenía sal en la boca, el azúcar tenía sabor a sabor a sal.

– ¡Vaya, ¡qué curioso! - dijo la hormiga de la sal- Resulta que tu azúcar sabe igual que mi sal. Debe ser lo mismo. Tú la llamas azúcar y yo la llamo sal.

– No puede ser- dijo extrañada la otra hormiga- Yo he probado la sal y no se parece en nada… A ver, abre la boca.

Entonces, la hormiga se dio cuenta de que tenía guardada sal en la boca.

– ¡Claro! ¡Ahora lo entiendo! Anda, escupe la sal y prueba de nuevo…

La otra hormiga obedeció y esta vez sí, el azúcar tenía otro sabor.

– ¡Deliciosa! ¡Es una maravilla!!- dijo la hormiga entusiasmada. Y se quedó a vivir con su nueva amiga, disfrutando del maravilloso y dulce sabor del azúcar.

 

Es una hermosa fábula que plantea el miedo a los cambios, a las novedades y a nuevos paradigmas y lo difícil que es salir de la zona de confort.

La hormiga que vive en la montaña de sal no sabe que existe otro alimento mejor. Nunca exploró. Ella vive tranquila, en su zona de confort, aunque no sea feliz porque siempre tiene mucha sed. No quiere cambiar por temor a perder lo que tiene y para poder cambiar se deben dejar de lado antiguas estructuras.

 El negarse a aceptar los nuevos desafíos es una ignorancia que nos da tranquilidad, porque lo nuevo siempre produce inquietud.

Ante un cambio siempre hay dudas, temor y desconcierto y para cambiar debemos ser flexibles ante el desapego, ya sea de las cosas, de las personas tóxicas que son negativas, y el desapego de nuestras propias ideas.

Dicho así suena como a ser insensible ante todo y ante todas las personas, pero no es eso, sino que muchas veces nos aferramos a las cosas materiales y acumulamos objetos innecesarios, que fueron útiles en un periodo de tiempo y que nos resistimos a despojarnos de ellas, cuando en realidad lo bueno es hacerlas circular regalándolas, donándolas a otras personas que lo necesiten y no tenerlas guardadas sin ningún uso.

En cuanto al desapego de las personas tóxicas, no se trata de no ser solidarios y ni de estar ausentes cuando nuestros amigos y amigas estén pasando circunstancias difíciles, sino que hay personas que siempre están con pensamientos negativos, criticándonos con palabras negativas y con un pesimismo ante la vida que no nos hacen bien. 

En cuanto al desapego de nuestras propias ideas, uno debe evolucionar, crecer en su pensamiento porque si seguimos pensando lo mismo que hace 30 ó 50 años atrás, no estaríamos viendo la realidad actual y nos habremos estancado. No podemos cambiar con una mochila pesada; el desapego es necesario para poder aprender, crecer y evolucionar.

Y. E. FUNES (22/10/2021)