“Vivir los deseos y agotarlos
es el destino de toda existencia”
Heráclito
¿Será por eso que desde épocas remotas el ser humano ha dado rienda suelta al desenfado y al descontrol, en busca del éxtasis de los placeres e intentando olvidarse de los problemas cotidianos?
Desde la antigüedad se celebran fiestas que liberan las pasiones de los hombres y mujeres, donde lo prohibido se vuelve permitido. Las fiestas Bacanales y Saturnales son un ejemplo de la algarabía del pueblo.
Dionisio (Baco) dios del vino presidía estas fiestas donde manaba la abundancia e incitaba a la alegría, a la danza, al éxtasis, a la inspiración lúdica.
Quizás, sean esas fiestas el antecedente del Carnaval y por unos días “living the crazy life”, donde se olvidan las diferencias de clases sociales y de educación. Cada uno puede convertirse en lo que desee y en quien quiera ser: rey, bufón, princesa, arlequín, superhéroe o villano.
Es el periodo donde se ridiculiza al otro y a uno mismo, sólo basta un disfraz y una máscara para atreverse a ser quien no es y a decir lo que se quiere.
Todo es alegría, las calles se convierten en el escenario de carruajes, comparsas, murgas, serpentina y nieve artificial. Todos ríen, simulan, actúan, participan de la euforia.
Los carros alegóricos despliegan ingenio constructivo y juventud y belleza viviente.
Las murgas muestran su destreza en un colorido desorden-ordenado de movimientos y bailes, entonando rimas pegajosas.
Las mujeres en las comparsas sacuden sus caderas al ritmo del samba y los hombres alardean con sus coreografías extravagantes.
La fiesta termina con la quema del rey Momo que marca el límite entre la fantasía y la realidad. Todo indica que llegó el final, que termina la simulación y cada uno vuelve a ser quien era hasta el próximo carnaval, donde un Pierrot, una Colombina y un Polichinela esperan para cobrar vida nuevamente.
Y. Funes